No soy una princesa, ni vivo en
un castillo, ni tengo un pelo perfectamente largo, y mucho menos he encontrado
a mi príncipe azul. De pequeña me sentía como si fuese una princesita, era la niña más consentida y querida
del mundo. Mi padre se empeñaba en llamarme Princesa, y hacia lo posible por
sacarme una sonrisa, por hacerme feliz, y si él no lo conseguía, me llevaba a
la casa donde vivían las personas que más me han querido en el mundo. Ella, una
señora mayor, con fuerza, con muchísima energía, era tan dulce que no podías
dejar de abrazarla, me cantaba siempre una canción, que odiaba, todo hay que
decirlo, pero que ahora echo de menos. Siempre la veías con su típica bata
azul, con esos pendientes de aro de oro, con el pelo rizado y cortito, y ese
acento tan gracioso. Me consentía, era su nieta preferida, en verano, siempre
me quedaba en su casa a dormir, me preguntaba que dulces quería, que comida
prefería, y si quería algo para no aburrirme. Me acuerdo cuando dormía con
ella, olía tan bien, y me prometió, que el cuadro que tenía en su habitación,
algún día será mío. Aunque ya no estés, no olvido esa promesa. Él, es mi superhéroe favorito, el mejor
abuelo del mundo, el más fuerte, un
tirillas porque estaba muy delgado, pero cuando sacaba bola para ser el más
duro, siempre pensaba que de donde la sacaba. De pequeña siempre iba con él, a
todos los sitios, me acuerdo que los veranos le ayudaba con su trabajo, me
encantaba subirme al carro lleno de hierba recién cortada, tumbarme sobre ella
y sentir como el viento me daba en la cara, como el sol me molestaba en los
ojos, pero sobre todo me encantaba ver la sonrisa de mi abuelo, como iba al
lado de la yegua con su cojera, y como con pequeñas cosas, hacia feliz a la
princesa de la casa. Jamás he vuelto a ver esa sonrisa, sobre todo desde que
ella nos dejo, aunque a veces, consigo que se ría, que se le ilumine la cara
con mis tonterías, o que sonría como un niño pequeño si hace tiempo que no me
ve, y le sorprendo con una visita.
Lo que quiero decir, es que
aunque mi padre me tratara como una princesita, bueno no siempre, que a veces
mi padre sacaba su carácter y me castigaba, poco, pero lo ha hecho. No tengo
queja, mis padres siempre han intentado darme lo mejor, eso sí, los pobres han
tenido mala suerte, pero me han dado una educación, valores y sobre todo
muchísimo amor. Hace mucho tiempo que no
me siento la princesita de la casa, está claro que he crecido, y que no he
conocido a mi príncipe azul, ni a un caballero, ni un soldado, nadie de la corte,
la verdad que en mi camino de algodones, solo me he encontrado sapos, insectos,
gnomos y criaturas del bosque, y ellos
han hecho que mis algodones se conviertan en piedras, cada vez más duras. Esto empieza a no tener sentido, lo que
quiero decir, y aunque lo estoy intentando, es que no debemos creer que el
príncipe azul vendrá en su caballo blanco a rescatarnos del castillo, que eso,
solo es un cuento, en el que al final, después de tanto sufrimiento, llega el
amor, pero al final, hacen algo asqueroso, se comen perdices.
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